La hipótesis: ¿puede desaparecer el dinero como concepto?
En debates recientes sobre el futuro de la economía tecnológica, figuras públicas han planteado una hipótesis provocadora: la automatización avanzada y la inteligencia artificial podrían conducir a una sociedad donde el dinero deje de ser la herramienta central para asignar recursos. La idea no es que los billetes o las cuentas bancarias se evaporen de inmediato, sino que su función social como medio de coordinación y escasez pierda relevancia si las máquinas cubren la mayoría de necesidades materiales humanas.

Este planteamiento abre varias preguntas prácticas y filosóficas: ¿qué medirá el valor en una economía altamente automatizada? ¿Cómo se mantendrá la equidad si la producción es casi ilimitada? ¿Qué papel pueden desempeñar los activos digitales en esa transición?
Por qué la energía entra al centro del debate
Entre las propuestas más discutidas está considerar la energía como la unidad económica fundamental. La argumentación básica es sencilla: a diferencia del dinero fiduciario, que puede expandirse mediante decisiones políticas y monetarias, la energía está sujeta a límites físicos y costes reales de generación, almacenamiento y distribución.
En un mundo de alta automatización, la capacidad productiva de sistemas robotizados y centros de datos dependerá directamente de la disponibilidad y eficiencia energética. Por tanto, la energía puede funcionar como un indicador tangible del potencial productivo de un actor —desde una persona hasta un Estado o una empresa— en una economía dominada por máquinas.
Factores que sostienen la centralidad de la energía
- La generación y el almacenamiento de energía siguen siendo actividades físicas con costes y límites técnicos.
- El despliegue masivo de IA y centros de datos incrementa la demanda eléctrica, trasformando la energía en input estratégico.
- Las políticas sobre emisiones, la geografía y la infraestructura condicionan el acceso a energía barata y limpia.
Bitcoin: ¿un puente entre lo digital y lo físico?
Dentro de esta discusión, Bitcoin aparece con frecuencia como un ejemplo de activo digital que está ligado, de manera verificable, a un coste energético. Su protocolo de prueba de trabajo requiere gasto computacional y consumo eléctrico para la validación de bloques, lo que confiere al proceso una relación directa con recursos físicos.
Quienes defienden esta visión sostienen que ese vínculo dota a Bitcoin de un «ancla» hacia la realidad material: su seguridad y emisión están condicionadas por la energía consumida por la minería. En contraposición, las monedas fiduciarias pueden ampliar su suministro por decisión de autoridad central, sin un requisito físico equivalente.
No obstante, conectar Bitcoin y energía también genera preguntas operativas y éticas: ¿qué sucede si la minería depende de combustibles fósiles? ¿Puede el consumo de energía de la cadena de bloques justificarse frente a otras prioridades sociales? ¿Cómo evolucionan las redes y la eficiencia energética con el tiempo?
Contexto del mercado en 2025 y su relación con la discusión
En 2025 el ecosistema cripto continúa madurando: la demanda institucional por activos digitales se ha consolidado en varios mercados, la regulación avanza con mayor claridad en varios países y la infraestructura de custodia y trading profesional está más extendida.
El sector minero, por su parte, ha experimentado cambios notables tras eventos macroeconómicos y tecnológicos recientes. La combinación de la última reducción de recompensa por bloque, ajustes en costos energéticos y mayores expectativas regulatorias ha impulsado una transferencia de minería hacia zonas con excedente renovable y políticas energéticas favorables.
Al mismo tiempo, la expansión de modelos de IA y centros de datos eleva la competencia por energía. Empresas tecnológicas y proyectos de minería negocian el acceso a energía renovable, almacenamiento y capacidades de respuesta ante picos de demanda. Todo esto influye en la narrativa que liga energía, valor y tecnología.
Indicadores a observar en 2025–2026
- Mezcla energética del hashrate de Bitcoin: porcentaje de fuentes renovables frente a fósiles.
- Desarrollo de infraestructura de almacenamiento (baterías, hidrógeno, almacenamiento térmico).
- Políticas públicas sobre tarifas eléctricas y uso industrial en regiones mineras clave.
- Inversión institucional en activos digitales y su correlación con variables macroeconómicas.
Posibles escenarios y retos
La visión de un futuro post-escasez y sin dinero plantea varias trayectorias plausibles, cada una con implicaciones distintas.
- Escenario de transición tecnológica: la producción crece gracias a la automatización, pero la energía sigue siendo el factor limitante. En este contexto, activos que reflejen coste energético podrían actuar como reservas de valor temporales o mecanismos de asignación.
- Concentración y desigualdad: si el acceso a energía barata y a la infraestructura de IA queda concentrado, la automatización podría aumentar las brechas sociales. La redistribución de recursos y el diseño de políticas públicas serían críticos.
- Innovación en gobernanza económica: surgen modelos descentralizados que combinan tokens, contratos inteligentes y mercados energéticos para coordinar producción y consumo sin intermediarios tradicionales.
- Futuro mixto: la moneda fiduciaria no desaparece, pero su rol se redefine; convive con activos digitales y nuevos indicadores vinculados a la energía y la capacidad computacional.
Limitaciones y debates abiertos
Varios elementos mantienen la discusión en terreno especulativo. Primero, la idea de que la automatización puede satisfacer «todas» las necesidades humanas subestima complejidades sociales, culturales y de gobernanza. Segundo, la transición hacia fuentes de energía abundantes y baratas enfrenta desafíos técnicos, económicos y políticos. Y tercero, la correlación entre gasto energético y valor no es automática: un sistema que ligue valor a energía requiere reglas claras, auditoría y mecanismos para evitar distorsiones.
Además, el propio diseño de las redes de Bitcoin y otras blockchains está sujeto a evolución tecnológica y presiones regulatorias. Alternativas de consenso con menor consumo energético, la innovación en eficiencia de chips y la reutilización de calor residual son factores que moderan el argumento de una equivalencia directa entre energía y valor.
Qué significaría esto para inversores y responsables de política
Para inversores y responsables de política, la convergencia de energía, IA y activos digitales exige una visión holística:
- Monitorear la huella energética y la matriz de suministro de proyectos tecnológicos y mineros.
- Evaluar cómo las políticas energéticas y climáticas afectan la economía digital y la competitividad regional.
- Promover marcos regulatorios que favorezcan la transparencia y la sostenibilidad en la minería y el cómputo intensivo.
- Investigar modelos de gobernanza que integren incentivos económicos con objetivos sociales y ambientales.
Conclusión: Bitcoin no es el destino final, pero sí un laboratorio
La noción de que el dinero pueda «desaparecer» como concepto sirve más como provocación intelectual que como predicción inminente. Sin embargo, la idea ilumina tensiones reales: la forma en que producimos y distribuimos energía, el papel de la automatización y la manera en que medimos valor están en transformación.
Bitcoin y otras tecnologías descentralizadas actúan como laboratorios donde se experimenta cómo un activo digital puede vincularse a costes físicos verificables. Esa experiencia aporta lecciones útiles para diseñar sistemas económicos más resilientes y transparentes, sin garantizar por sí sola el advenimiento de una sociedad post-escasez.
En los próximos años, la interacción entre reguladores, operadores energéticos, empresas de IA y actores del ecosistema cripto definirá si la energía se consolida como la métrica central del valor o si aparecen nuevos instrumentos que articulen de manera más inclusiva la asignación de recursos.
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